¿No es éxito si no es mayor y mejor?

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A la mayoría de nosotros se nos ha enseñado a medir el éxito a partir de unos indicadores externos. Y en las empresas donde desempeñamos nuestras funciones también rigen los números que nos miden; miden nuestra productividad, nuestro desempeño, nuestra relación con los que nos rodean, números que muchas veces no demuestran quienes realmente somos.

Pero también estemos claros en esto: hay una manera incorrecta de manejar los números. Cuando usamos números para compararnos con los demás o para hacer alarde de nuestro tamaño, cruzamos la línea. (1 Crónicas 21; 2 Samuel 24).

 

El crecimiento numérico es lo que para el mundo hace equivalente al poder y la importancia. Es un valor absoluto: más grande siempre es mejor.

 

El problema no es que contemos o que tan a gusto estemos con el trabajo; sino que cuando solo nos enfocamos en los números hemos aceptado el dictamen del mundo, que los números son lo único importante. Cuando algo no es ni más grande ni mejor, no lo consideramos, y con ello aparece la frustración, la impotencia, el estrés, llevándonos a veces a consideramos a nosotros mismos, como un fracaso. Lo que nos falta en todo este conteo es el valor que la Palabra de Dios les da a los indicadores internos.

Lo que constituye un fracaso en los ojos del mundo no siempre es un fracaso en el reino de Dios.

 

APLICACIÓN TEOTERAPICA

 

No siempre el éxito es más grande y mejor. Por ejemplo, vemos el éxito de Jesús cuando enseñó y alimentó a los cinco mil a principios de Juan 6, sin embargo en el versículo 66, muchos de sus discípulos lo dejaron de seguir. Esto no llevo a Jesús a cuestionar su estrategia como predicador; se afirmó, sabiendo que estaba dentro de la voluntad del Padre. Él tenía una perspectiva más amplia en cuanto a lo que Dios estaba haciendo.

 

Cuando descubro que estoy pensando en función de «lo más grande y mejor», me doy cuenta de que estoy más influenciado por el mundo que por la visión de Dios para mi vida y mi entorno (Colosenses 3:23)